El 2020 fue un año para el olvido que nunca olvidaremos
Por: Natalio Mario Grinmanm, presidente de la Cámara Argentina de Comercio
Suelo decir que “2020 ha sido un año para el olvido que nunca olvidaremos”. La pandemia de covid-19 que aún azota al mundo generó innumerables pérdidas humanas y materiales, y nos obligó, en tan solo meses, a alterar nuestros hábitos como nunca antes y a adaptarnos a la incertidumbre. En este contexto, el empresario argentino dio muestras de lo aprendido tras numerosas crisis acumuladas.
En la célebre novela Cien años de soledad se narra una lluvia que se prolongó por “cuatro años, once meses y dos días” y que inundó la mítica Macondo. Muy poco después de que el sol volviera a brillar, la calle comercial, sorprendentemente, había recuperado el espíritu de antes del diluvio. Escribe García Márquez sobre la particular actitud de estos comerciantes: “Era tan asombrosa su fortaleza de ánimo (…) que Aureliano Segundo les preguntó (…) de qué recursos misteriosos se habían valido para no naufragar en la tormenta, cómo diablos habían hecho para no ahogarse, y uno tras otro, de puerta en puerta, le devolvieron una sonrisa ladina y una mirada de ensueño, y todos le dieron, sin ponerse de acuerdo, la misma respuesta: –Nadando”.
La reconversión de múltiples empresas, la modificación de su operatoria (teletrabajo) y la utilización de nuevas modalidades de ventas (comercio electrónico) son solo algunos ejemplos de esa voluntad de reinventarse, de no claudicar y de seguir adelante. Pese a ello, y a una incipiente recuperación registrada en los últimos meses en diversas ramas, los relevamientos realizados desde la Cámara Argentina de Comercio y Servicios (CAC) muestran que una fracción importante de empresas aún registra niveles de ventas significativamente deprimidos.
En cualquier caso, debemos advertir que el covid-19 y sus consecuencias no son los únicos problemas de los argentinos. Nuestro país arrastra serios desequilibrios desde hace años, problemas de fondo y de larga data que aún no superamos. La crisis macroeconómica iniciada en 2018 y el virtual estancamiento económico de casi un decenio no constituyen un fenómeno exótico. Aunque la decadencia relativa de la Argentina admite distintas fechas de inicio según el parámetro que se tome, es innegable que hace varias décadas –o casi un siglo– el país parece haberse bajado del tren del progreso.
El indicador más dramático que da cuenta de esto es la pobreza infantil: según Unicef, seis de cada diez chicos argentinos son pobres, un drama presente que compromete el futuro. ¿Cuáles serán las posibilidades de desarrollo de una nación donde una fracción mayoritaria de su población vivió una infancia plagada de carencias?
La superación de esta situación no puede recaer exclusivamente en los gobiernos, sino que debe involucrar a vastos sectores de la sociedad. En particular, en lo que refiere a desafíos económicos, como la necesidad de generar empleo genuino, expandir la inversión productiva e incrementar las exportaciones, resulta clave escuchar la voz de los hombres y mujeres de negocios que conocen de primera mano los obstáculos que enfrentan. Resumiendo, necesitamos generar “clima de negocios”, respetando e incentivando a los empresarios a crear empresas y más puestos de trabajo.
Estoy convencido de que el diálogo es el camino no solo para lidiar con las dificultades coyunturales derivadas de la pandemia, sino también para enfrentar los problemas estructurales. Solo a través del accionar conjunto y comprometido de las empresas, los trabajadores y el Estado, dejando de lado intereses personales, sectoriales, partidarios, con menos ideología y más pragmatismo, pensando en el bienestar de todos los argentinos, podremos construir el país con el que nuestros abuelos soñaban, dejando atrás un presente que aflige y un futuro que angustia. De nosotros depende.